Estoy leyendo las memorias de un conocido autor que durante un tiempo fue investigador y profesor universitario. En un par de capítulos describen sendas situaciones que les serán muy familiares a todo aquel que pertenezca la mundo docente e investigador universitario. El primer párrafo que reproduzco tiene que ver sobre la financiación de la investigación:
Cada vez más, la investigación universitaria era financiada por becas del gobierno. Estas becas, por lo general, duraban un año. Cada año, si se deseaba que la financiación continuara, el profesor que dirigía la investigación tenía que solicitar su renovación y presentar una justificación para ello.
Siempre he pensado que las consecuencias de esto eran perniciosas. En primer lugar, el profesor que deseaba una beca gubernamental debía elegir un tema que pareciera digno de interesar al gobierno hasta el punto de que éste invirtiera fondos en él. Los científicos, por tanto, se concentraban en los campos que eran rentables y dejaban las demás áreas sin estudiar. Esto significaba que dichos campos estaban sobrefinanciados, de manera que se perdía mucho dinero, mientras que las partes olvidadas de la ciencia podrían haber producido algún descubrimiento importante si no se hubieran dejado de lado.
Además, la dura competición por los fondos gubernamentales aumentaba las probabilidades de fraude, ya que los científicos (seres humanos al fin y al cabo) intentaban mejorar o incluso inventar los resultados de los experimentos a fin de poder hacerse con el dinero.
Otra consecuencia del sistema de becas es que se dedica el segundo semestre de cada año a la preparación de documentos relacionados con la renovación de la beca, en vez de centrarse en la propia investigación.
Para terminar, los escalones inferiores de los grupos de investigación, cuyos salarios son pagados con las becas en vez de con los fondos de la universidad, viven en un continuo estado de inseguridad. Nunca saben cuándo se interrumpirá la renovación y les pondrán de patitas en la calle.
Esta situación provoca en la actualidad que la producción científica esté afectada por los vaivenes, de la moda, como si los científicos fueran adolescentes. Cuando a la Unión Europea le da por apoyar la investigación de temas relacionados con la salud, todos nos volcamos en producir artículos que rocen la salud aunque sea de manera forzada (Es un ejemplo, la UE apoya diversas áreas simultáneamente). Cuando la moda sea el grafeno, todos nos volcaremos con él.
En otro capítulo del libro se habla sobre la “articulitis” o afección que aqueja a los profesores universitarios en busca de currículum, cuyo síntoma principal es la secreción compulsiva y febril de artículos científicos (muchas veces intrascendentes):
Un función importante, incluso la principal, de un investigador era escribir artículos sobre el trabajo que estaba haciendo y conseguir que se publicaran en las revistas apropiadas. Cada uno de lestos artículos es una “publicación” y las esperanzas de un científico para ascender y adquirir prestigio se basan en la calidad y cantidad de sus publicaciones.
Por desgracias, la calidad de una publicación es algo difícil de valorar, mientras que el número es muy fácil de determinar. Por tanto, se tendía a juzgar sólo por el número y esto hizo que los científicos escribieran muchas publicaciones preocupándose muy poco de la calidad.
Aparecían publicaciones con apenas nuevos datos que merecieran ser considerados una novedad. Algunas se dividían en partes y cada una se publicaba por separado. Otras eran firmadas por cualquiera que hubiera tenido algo que ver con el trabajo, por muy de refilón que fuera, ya que contarían como una publicación para cada uno de los autores citados. Algunos científicos de categoría superior insistían en poner su nombre en todos los artículos que producían sus departamentos, aunque no hubiesen tenido nada que ver con el trabajo.
Para evitar valorar la cantidad frente a la calidad, se han creado los índices de impacto, las clasificaciones de publicaciones, etc. Ultimamente incluso se ha ligado el número de clases que le corresponde dar a un profesor a la calidad y cantidad de su producción científica.
Parece que los problemas vienen de lejos. ¿Pero desde cuán lejos? Bueno, el autor de estos textos tan actuales no es otro que Isaac Asimov. Aparecen en sus Memorias, escritas a finales de los 80. Los acontecimientos que narran son de hace más de 60 años, de alrededor de 1949-1951. Si en 60 años el sistema no ha cambiado y tiene alguno de los mismos problemas, algo estamos haciendo mal.
Algo … todo diría yo. La estampa que pintó Asimov en los 50 es totalmente real hoy en día. La universidad está mercantilizada y politizada por estas becas y ayudas. Nos parecemos a los sindicatos, comprados con el dinero de las ayudas que les dan los gobiernos. La ciencia está asimismo presa de los políticos y por ende, de los economistas y banqueros sin escrúpulos.
Las cosas no se están haciendo mal sólamente en la universidad, se están haciendo mal en toda la sociedad occidental, donde lo que prima es el individuo y no el grupo, el entorno o el planeta. Ya nos lo dijeron hace mas de cien años: “cuando se seque el último rio de la tierra, cuando caiga el último árbol del planeta, caeréis en la cuenta de que el dinero NO SE COME”.